Cuando se alcanza un nivel de calidad tan alto, como el que posee Enric, hacer los coches de dos en dos (uno para él y el otro para mí) no requiere tanto esfuerzo, según me repite a menudo… pero esto no es del todo cierto. Es necesario pulir dos carrocerías, pintarlas, decorarlas y barnizarlas; darles unos toques de pincel a los detalles, hacer dos pilotos, ajustar dos chasis… sinceramente, creo que ese comentario revela la clase de persona ante la que nos encontramos: un tipo excelente.
De tal manera, el último proyecto que ha acabado es esta pareja de mellizos: dos Austin Healey 100 S que compitieron en Le Mans en 1953, acabando en 12º y 14º puestos. Enric estaba tan satisfecho del resultado final que me llamó para que nos viéramos cuanto antes, para entregarme mi mellizo. Y ciertamente da pena separarlos. Uno solo de los modelos es una maravilla… pero los dos juntos forman una pareja asombrosa.
Un poco de historia:
Austin-Healey es parte integrante del grupo de automóviles sport producidos con más éxito en la Inglaterra de la postguerra, junto a MG, Triumph y Jaguar. El diseño correspondía a la inspiración de Donald Healey, nacido en 1898 en la villa costera de Perranporth, Inglaterra.
Cuando, en 1909, Louis Bleriot cruzó el Canal de la Mancha, Healey quedó fascinado y la aviación se convirtió en su primera pasión. Por eso no es de extrañar que en 1915 participara como piloto en la Primera Guerra Mundial; quedó fuera de la contienda al ser derribado su avión en Francia, dos años después.
Finalizada la Gran Guerra, regresó a su pueblo natal. Alli se decidió a instalar un taller al lado del almacén de su padre y empezó su larga y próspera trayectoria en el automovilismo como mecánico, preparador, piloto y diseñador. En aquéllos tiempos disputaba muchas carreras, con diversas marcas, destacando su victoria en el Montecarlo de 1931 a los mandos de un Invicta.
Primeramente se dedicó a trabajar para Riley y para Triumph; pero su verdadero objetivo era diseñar y fabricar sus propios automóviles, cosa que finalmente consiguió en su fábrica de Warwick. Allí nació el primer prototipo en 1946. Pero su gran vehículo aún no había nacido…
Aunque la fábrica iba bien, Donald Healey tenía grandes aspiraciones y quería aumentar ostensiblemente su volumen de negocio. Para ello, en diciembre de 1949 viajó a los EE.UU. para promover sus proyectos, con la esperanza de regresar con una buena cartera de pedidos. De camino al país norteamericano tuvo un encuentro casual, a bordo del Queen Mary, con Charles W. Nash, el presidente de la Nash-Kelvinator Corporation. Las conversaciones dieron lugar a un encargo, financiado por el propio Nash, que consistía en el desarrollo de un coche para el mercado americano basado en el chasis del Healey y dotado de un motor Nash de 3.8 litros.
Este fue el punto de inflexión para la Donald Healey Motor Corporation, circunstancia que suministró los ingresos suficientes para que Healey se dedicara a desarrollar un nuevo modelo, un coche que lo convertiría en una leyenda en el diseño y fabricación de automóviles.
Healey entendía que el objetivo era lograr un automóvil que cubriera la brecha existente en el mercado entre el gran Jaguar XK 120 y el pequeño MG TD, razón por la cual desarrolló el Healey 100. Por aquel entonces junto a Donald Healey coloboraron su hijo Geoffrey, ingeniero de profesión, y los encargados de diseño e ingeniería, Larry Bilbie y Gerry Coker.
Donald Healey construyó una sóla unidad del 100, lo dotó de un motor Austin de 4 cilindros y 2600 cc y lo presentó en el Salón del Automóvil de Londres, en 1952. El vehículo impresionó tan favorablemente al Director de la British Motor Company (compañía surgida de la fusión de Austin y Morris) que, como esta empresa no contaba en ese momento con un vehículo sport de éxito, le propuso a Donald Healey rebautizar el modelo como Austin-Healey, reducir el precio y hacerse cargo de la fabricación masiva del mismo. Healey aceptó.
En tanto comenzara la producción en serie en la planta de BMC, Healey fabricaría unas cuantas unidades en su sede de Warwick. Uno de esos vehículos recibió la distinción de coche del año en New York en 1953: realmente era un buen comienzo.
Con el vehículo ya en producción en BMC, Healey dedicó todos sus esfuerzos a efectuar preparaciones sobre los vehículos y a realizar pruebas especiales, encaminadas a la competición.
En 1953, en el desierto de Utah, con un modelo 100 especialmente preparado, logró los 230 km/h en la milla lanzada. Dos coches fueron inscritos en las 24 Horas de Le Mans ese mismo año; el #34 con la placa de matrícula NOJ 392, en manos del británico Johnny Lockett y del holandés Maurice Gatsonides, terminó 12º en la general y 2º en su categoría.
Participó también en varias ocasiones en la Mille Miglia italiana, con destacados resultados.
En 1954 consiguió en Sebring el tercer puesto en la general y el primero en su categoría, por lo que el modelo logró una gran popularidad. Tras la carrera, Briggs Cunningham se presentó en la fábrica Healey para adquirir un modelo 100 S (con S de Sebring). Nuevamente en Utah, con un modelo 100 sobrealimentado, logró los 310 km/h en la milla lanzada. Healey en persona iba al volante de sus coches durante esas pruebas.
Como simple (pero terrible) anécdota destacar que en la edición de 1955 de Le Mans, aquél fatídico 11 de junio, un Austin-Healey 100 S, pilotado por Lance Macklin, estuvo involucrado en el trágico accidente. En plena recta de tribunas, frente a boxes, Mike Hawthorn, que entraba a repostar, realizó una extraña maniobra con su Jaguar de manera que obligó al pequeño Healey a apartarse bruscamente.
Tras ellos transitaba a unos 240 hm/h el Mercedes de Pierre Levegh que, sin margen para rectificar, chocó con el auto inglés, utilizó como catapulta la parte trasera del mismo y, tras el vuelo, se incrustó violentamente en el murete que separaba al público de la pista, falleciendo al instante. El capó, el tren delantero y el motor de su 300 SLR volaron hacia la multitud, matando a 83 espectadores y dejando 140 heridos.
El pequeño deportivo inglés, a causa del terrible impacto, anduvo trompeando descontroladamente por la pista, atravesándola de lado a lado y solamente un milagro evitó otro brutal choque con un segundo Mercedes. Gracias a la pericia del piloto, el 300 SLR pudo pasar entre el fuego, el humo y los restos del accidente. Al volante, el gran Juan Manuel Fangio… Pero esta ya es otra historia...