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lunes, 5 de mayo de 2025

Mud in Your Ear: el “Padre del Chicago Blues” en su vertiente más directa y despojada.


Muddy Waters - Mud in Your Ear.
Formato: Vinilo, LP, Compilation.
Edición: Spain Ⓟ 1977 Beverly Records.
Sello: Muse Records - L-30.012 B.
Género: Blues.
Estilo: Chicago Blues.
(Colección Vynil 33 de Mulsanne Stone).

En el otoño de 1967, Muddy Waters abandonaba el pulido estudio de Chess Records para dejarse llevar por la informalidad de unas sesiones encabezadas por Victoria Spivey. El resultado, publicado bajo el título Mud in Your Ear, se convertía en un documento singular: lejos de la electricidad precisa de sus hits, aquí lo encontramos despojado de artificios, entregado a la espontaneidad de una jam session.


¿Y qué sucede diez años más tarde, cuando la discográfica española Beverly Records decide lanzar este material en vinilo? El eco de aquellas cuerdas desafiantes y aquella voz rasgada adquiere un aura especial en un soporte analógico, a la vez cálido y crudo, pensado para amantes del vinilo.

Al pinchar la aguja, lo primero que sobresale es esa sensación de “estar ahí”. No hay overdubs ni ediciones mágicas: cada toma fluye, flaquea, respira. Waters intercala compases contenidos con estallidos de furia, y su guitarra, más ruda que eléctrica, se mezcla con solos de armónica y guitarra ajena que, por momentos, lo eclipsan.

Precisamente esa falta de guión es lo que convierte a Mud in Your Ear en un objeto de culto. Hay piezas donde Muddy retoma riffs clásicos, pero reimaginados con un deje jazzy; otras, incluso, se acercan al folk urbano de la época. El contraste entre su registro vocal y la instrumentación, a menudo más luminosa de lo esperable, crea un pulso dinámico que mantiene alerta al oyente, acostumbrado a la fórmula estándar del Chicago blues.


Beverly Records, protagonizando la efervescencia del blues en España a mediados de los setenta, optó por un empaque sin florituras: portada monocroma, foto de Muddy captado en plena interpretación y tipografía discreta que deja todo el protagonismo al artista. Pero es precisamente esa austeridad la que muchos coleccionistas aprecian: la ausencia de distracciones, un “menos es más” que focaliza la atención en la música.

Las galletas blancas del vinilo, característica del sello Muse Records, añade un toque de sobriedad sobre el surco. El logotipo del arpa en negro, forjada con dos cabezas de aves, evoca las cabinas de radio y los clubs de jazz donde en aquellos años se pinchaban los singles que hoy cotizan en las subastas.



En un mercado donde las reediciones digitales prometen restauraciones impecables, el vinilo de 1977 conserva ese “grano” y esa ligera distorsión en agudos que tanto enamora a los puristas. Al girar a 33 ⅓ rpm se aprecian medios potentes, donde la voz de Muddy emerge con un volumen generoso, casi frontal. Graves contenidos pero presentes: el contrabajo y la patada de la batería mantienen el pulso sin entorpecer la claridad. y unos altos sutilmente atenuados crean esa sensación de calidez y cercanía, aunque a costa de perder algo de brillo en las resonancias de guitarra.

El resultado es una escucha envolvente, imperfecta, que subraya la naturaleza improvisada del álbum. Cada crujido de vinilo se convierte en testigo de la sesión de 1967, y no en simple ruido de fondo.

Más allá de la música: el coleccionismo como pasiónPara los transeúntes de tiendas de segunda mano, hacerse con esta edición supone un viaje al pasado; la etiqueta blanca, el tip-off manual y la tipografía setentera son detalles que solo el vinilo conserva como objeto físico.

Beverly Records no tenía la distribución de los grandes sellos, así que estas copias ruedan poco. Encontrar una con funda y prensado impecables puede elevar su valor en el mercado de coleccionismo.

Mud in Your Ear, en su edición de Beverly Records, no aspira a ser el disco definitivo de Muddy Waters, sino un retrato de su libertad creativa. La irregularidad de las sesiones se convierte, paradójicamente, en su gran virtud: un testimonio de un genio que se permite explorar sin corsé.

Para el amante del vinilo, cada giro del plato reafirma la magia del sonido analógico: esa danza entre surco y aguja que ningún MP3 podrá imitar. Y para el entendido, es un recordatorio de que el blues no solo vive en los éxitos pulidos, sino también —y especialmente— en los márgenes, en las grabaciones que pitan, chisporrotean y, al final, laten con más honestidad.

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